El Museo Latino: entre la política cultural y la disputa ideológica en Washington

Pese a ello, el Congreso, incluyendo votos republicanos, ha protegido el financiamiento del museo.

El Museo Nacional del Latino Americano, aún en proyecto dentro del complejo Smithsonian, se ha convertido en el nuevo campo de batalla cultural en Estados Unidos. Aunque el Congreso aprobó su creación en 2020, el gobierno de Donald Trump busca eliminar su financiamiento antes de que se coloque la primera piedra. Para la Casa Blanca, el museo no sería un homenaje a la historia de los latinos en EE.UU., sino una institución destinada a difundir lo que califican como narrativas “progresistas y divisivas”.

El debate no es menor. Trump ha lanzado una revisión de los 21 museos del Smithsonian, el mayor complejo museístico del mundo, con la intención de “corregir” lo que considera décadas de exhibiciones que exageran los errores de la nación y presentan a EE.UU. bajo una luz negativa. Dentro de esa cruzada, el Museo Latino es visto por sus críticos conservadores como un ejemplo anticipado de “captura ideológica” por parte de curadores y académicos de izquierda.

La única muestra existente, la Galería Molina, inaugurada en 2022 dentro del Museo Nacional de Historia Estadounidense, ya ha generado polémica. Voces conservadoras aseguran que el guion minimiza la aportación de hispanos que abrazaron el ideal de libertad estadounidense, y reinterpreta episodios históricos como la Revolución de Texas o el exilio cubano bajo un lente que, según ellos, reduce la experiencia latina a victimización y opresión.

El museo también enfrentó controversias internas: una exposición sobre el grupo radical Young Lords fue cancelada en 2022 tras acusaciones de que glorificaba a movimientos marxistas de los sesenta. Para los críticos, esto confirma sus temores de que el espacio se convierta en una plataforma para visiones extremas, más que en un reflejo plural de la experiencia latina.

Pese a ello, el Congreso, incluyendo votos republicanos, ha protegido el financiamiento tanto de este museo como del Museo de la Historia de la Mujer, con una enmienda que prohíbe reducir o desviar recursos. Para Trump y sus aliados, la batalla sigue abierta: prefieren regresar al modelo previo, en el que las colecciones latinas se dispersaban entre los distintos museos del Smithsonian, en lugar de consolidarse en una institución propia que, a su juicio, “segrega” esa parte de la historia.

El trasfondo es claro: más que un debate sobre vitrinas y galerías, el futuro del Museo Latino se ha convertido en símbolo de la lucha por el relato nacional. Para unos, se trata de dar visibilidad a comunidades históricamente marginadas; para otros, de evitar que el Estado financie lo que consideran propaganda ideológica disfrazada de cultura.

Por ahora, el proyecto avanza en planos y discusiones, pero sin un sitio definido. Su destino dependerá no solo de los arquitectos y curadores, sino de la pugna política sobre quién tiene derecho a contar la historia de Estados Unidos.

Share this post :

Facebook
Twitter
LinkedIn
Pinterest