Durante las últimas semanas, Estados Unidos ha golpeado embarcaciones vinculadas al narcotráfico en aguas internacionales.
La nueva estrategia de Washington hacia Venezuela ya no se presenta como una simple campaña contra el narcotráfico. Detrás del discurso oficial, el presidente Donald Trump apuesta por algo más profundo: desestabilizar el círculo de poder que rodea a Nicolás Maduro para provocar su salida, incluso sin descartar una operación militar puntual.
James B. Story, exjefe diplomático estadounidense para Venezuela durante el primer mandato de Trump y luego responsable de la misión en Bogotá tras la ruptura de relaciones con Caracas, describe una fase distinta. Según su análisis, Washington busca ahora sembrar temor entre las élites chavistas. La meta es que alguien cercano a Maduro lo empuje al exilio, lo entregue a Estados Unidos o lo convenza de abandonar el poder.
Durante las últimas semanas, Estados Unidos ha golpeado embarcaciones vinculadas al narcotráfico en aguas internacionales, reforzó su presencia militar en el Caribe y Trump reconoció haber autorizado acciones encubiertas de la CIA dentro de Venezuela. El mensaje es evidente: la Casa Blanca quiere que Caracas entienda que el uso de la fuerza dejó de ser un límite simbólico.
Story enfatiza que no existe una fuerza suficiente para una invasión, pero sí una presencia militar capaz de neutralizar defensas aéreas, marina, e incluso de atacar directamente al gobierno si Trump lo ordenara. Lo esencial no es ejecutar la operación sino hacerla creíble. A diferencia de las sanciones económicas, que el régimen ha aprendido a sortear con redes petroleras clandestinas y con el apoyo de Irán, Rusia y China, la amenaza de fuerza impacta directamente en quienes sostienen a Maduro.
El discurso interno de Trump incluye a Tren de Aragua, una organización criminal venezolana con presencia regional. Aunque no existe evidencia de que Maduro la controle, la Casa Blanca afirma que sus intereses coinciden. La crisis humanitaria de Venezuela, que ha impulsado la salida de casi nueve millones de personas, ha desbordado a países vecinos como Colombia, donde millones de migrantes compiten por servicios básicos. Washington interpreta este panorama como una razón adicional para intervenir de alguna manera.
Paradójicamente, la estrategia actual prescinde de algo que sí existió durante el primer mandato de Trump: una ruta formal para la transición democrática. En aquel momento se respaldó a Juan Guaidó y se planteó la creación de un gobierno interino que condujera a elecciones. Hoy no hay un plan de transición visible. La presión domina y el futuro institucional es incierto.
Story sostiene que un cambio de mando no llevaría a Venezuela al caos absoluto. El país conserva recursos naturales, profesionales preparados y una identidad nacional que podría sostener la reconstrucción. Sin embargo, la tarea sería enorme debido a la destrucción institucional, la pobreza y la presencia de grupos armados.
Trump no actúa a ciegas. Está ejecutando una apuesta calculada que combina presión militar, operaciones encubiertas y una narrativa interna que presenta a Venezuela como amenaza directa a la seguridad regional. El interrogante central es si esta estrategia logrará acelerar una transición ordenada o, por el contrario, abrirá la puerta a nuevas tensiones en un país ya fracturado. La capacidad de reconstrucción existe, pero el riesgo de que la presión se convierta en inestabilidad persistente permanece. En este tablero, cada movimiento puede decidir si Venezuela avanza hacia la recuperación institucional o queda atrapada en un ciclo más profundo de crisis.



