Algunas misiones posteriores fueron menos letales. Perros como Belka y Strelka viajaron en el Sputnik 5 y regresaron vivos, allanando el camino para el histórico vuelo de Yuri Gagarin.
Detrás de los grandes hitos de la carrera espacial hubo protagonistas poco recordados: los animales que, como pilotos de prueba, desempeñaron un papel clave en los primeros ensayos hacia el espacio. Tanto la Unión Soviética como Estados Unidos recurrieron a ellos en una época en la que el impulso por explorar el cosmos y avanzar en la tecnología marcaba las prioridades de las misiones.
La perra Laika, la primera en orbitar la Tierra en 1957, se convirtió en símbolo de esta historia. Capturada en las calles de Moscú, fue elegida por ser hembra (las cápsulas eran demasiado estrechas y las hembras, al no levantar la pata al orinar, facilitaban el manejo higiénico). Su carácter dócil y su resistencia a la claustrofobia la condenaron. Los ingenieros sabían que no regresaría: el Sputnik 2 carecía de tecnología de reentrada. Laika murió de un infarto provocado por el sobrecalentamiento de la cápsula; su sacrificio se conoció mucho después, cuando la propaganda dejó de ocultarlo.
Algunas misiones posteriores fueron menos letales. Perros como Belka y Strelka viajaron en el Sputnik 5 y regresaron vivos, allanando el camino para el histórico vuelo de Yuri Gagarin. Pero no todos tuvieron tanta suerte: de los 41 perros utilizados en el programa Vostok, al menos 22 murieron, muchos por explosiones deliberadas al caer fuera de territorio soviético.
En el otro lado del Telón de Acero, la suerte de los animales no fue mejor. En el laboratorio de investigación aeromédica de Holloman, en Nuevo México, chimpancés como Ham fueron entrenados para las misiones Mercury. Ham, capturado en Camerún y comprado por 457 dólares, fue sometido a un entrenamiento brutal: debía accionar palancas al ver destellos de luz, y si se equivocaba, recibía descargas eléctricas. El 31 de enero de 1961, tras incontables ensayos y simulaciones, Ham viajó al espacio. Durante 16 minutos soportó una aceleración de 17 G, su pulso superó los 200 latidos por minuto y perdió momentáneamente la visión. Para colmo, el sistema falló y lo siguió castigando aunque cumpliera bien las tareas.
Ham sobrevivió al amerizaje y su imagen comiendo una manzana dio la vuelta al mundo. Pero cuando intentaron devolverlo a la cápsula para nuevas fotos, el “héroe” reaccionó presa del pánico. Y quién podría culparlo: ser pionero en el espacio significó para estos animales enfrentar lo desconocido. Su historia nos recuerda que el avance científico, a menudo, se construyó sobre sacrificios que el tiempo tiende a olvidar.
Hoy, el recuerdo de estos pioneros silenciosos nos invita a valorar su contribución al conocimiento y a los avances tecnológicos que cambiaron la historia. Aunque no eligieron su destino, su papel fue esencial para abrir el camino de la humanidad hacia las estrellas. Su legado sigue vivo como símbolo de los desafíos superados en nombre de la exploración y el progreso.



