El punto de inflexión llegó con el establecimiento del patrón oro al que Washington se alineaba y México tardó en adaptarse.
En un país donde el dólar ha llegado a simbolizar estabilidad, es fácil olvidar que hubo un tiempo en que el peso mexicano no solo valía lo mismo, sino incluso más. Aunque hoy suene improbable, durante buena parte del siglo XIX y principios del XX, la moneda nacional de México compitió de tú a tú con el billete verde.
Tras consumar su independencia, México entró en una etapa marcada por guerras internas, invasiones extranjeras y crisis políticas. Sin embargo, en medio del caos, una constante sorprendió: la fortaleza del peso. Entre 1820 y 1875, la moneda mexicana no solo fue estable, sino que llegó a cotizarse por encima del dólar. En 1859, por ejemplo, un peso equivalía a 1.08 dólares. ¿Cómo era posible? La explicación está en su linaje: el peso heredaba la confianza que durante siglos había gozado la moneda del imperio español, ampliamente aceptada en mercados internacionales.
Estados Unidos, por su parte, aún no se consolidaba como la potencia que es hoy. Su economía crecía, sí, pero el peso tenía una ventaja histórica: su circulación global como medio de intercambio desde la época colonial.
El punto de inflexión llegó con el establecimiento del patrón oro. Mientras Washington se alineaba con este nuevo sistema monetario, México tardó en adaptarse. La economía estadounidense se fortalecía aceleradamente, mientras que el peso comenzaba a resentir el cambio. Para el año 1900, bajo el gobierno de Porfirio Díaz, el valor del peso había caído a apenas 0.42 dólares.
Pero entonces, una figura clave dio un giro inesperado: José Yves Limantour, secretario de Hacienda desde 1893, implementó una serie de reformas que estabilizaron la economía mexicana. Logró atraer inversiones europeas, mejorar la balanza comercial, mantener controlados los precios de productos básicos y, finalmente, alinear al peso con el patrón oro.
El resultado fue notable: de 1900 a 1910, el peso volvió a alcanzar la paridad con el dólar. Un peso valía un dólar. Durante una década, México vivió una estabilidad cambiaria que parecía consolidar su presencia en el escenario financiero internacional.
Sin embargo, la Revolución Mexicana interrumpió ese equilibrio. La guerra, la emisión descontrolada de papel moneda, la inflación y la pérdida de confianza en las instituciones hicieron que el peso volviera a caer. Desde entonces, aunque ha tenido repuntes, nunca volvió a estar a la par del dólar.
Recordar este episodio no es solo mirar con nostalgia un pasado más optimista. Es también entender que la fuerza de una moneda no depende únicamente de factores externos, sino de decisiones políticas, estabilidad institucional y visión económica. En algún momento de la historia, el peso fue sinónimo de confianza. Y aunque hoy el panorama es distinto, su pasado nos recuerda que nada está escrito para siempre en los mercados internacionales.



