John Thune, líder de la minoría, aseguró que había “salidas posibles”, pero que los demócratas se negaron a moderar sus demandas.
El cierre de gobierno ya es una realidad, y en Washington nadie parece sorprendido. Durante semanas, las señales fueron claras: los republicanos ofrecían salidas, pero los demócratas, encabezados por Chuck Schumer, optaron por la confrontación antes que por el compromiso. Todo indica que el colapso era parte de una estrategia política más amplia.
Desde septiembre, Schumer y su equipo habían organizado un “cuarto de guerra” en coordinación con grupos progresistas como MoveOn, el Progressive Change Campaign Committee y varios sindicatos. Estas organizaciones, que lo habían criticado por “ceder demasiado” en las negociaciones de marzo, exigían una postura más firme contra Donald Trump y los republicanos. Las reuniones semanales entre estos grupos y el liderazgo demócrata delinearon una táctica de resistencia, no de diálogo.
A través de listas de correos y documentos compartidos, el equipo de Schumer distribuyó mensajes, argumentos y publicaciones para redes sociales diseñadas para controlar la narrativa del cierre. En uno de los comunicados, el “war room” advertía: “Los demócratas NO quieren un cierre”, pero, al mismo tiempo, alentaban a los aliados a amplificar historias sobre los efectos de los recortes a Medicaid y los créditos fiscales del Obamacare, para reforzar su mensaje de que el Partido Demócrata “defiende a las familias trabajadoras”.
Mientras tanto, los republicanos advertían que el desenlace era evitable. El líder de la minoría, John Thune, aseguró que había “salidas posibles”, pero que los demócratas se negaron a moderar sus demandas. Su advertencia se cumplió: el país avanza ahora por el camino del cierre que todos sabían que podía evitarse.
El impacto político se siente ya dentro y fuera del Capitolio. Los grandes eventos de recaudación programados en Sea Island, Georgia, y en California quedaron en pausa, pues la imagen de legisladores asistiendo a lujosas reuniones mientras el gobierno se paraliza sería insostenible.
En los pasillos del Congreso, los asesores legislativos son los más preocupados. Mientras los senadores seguirán cobrando, sus equipos no. Los empleados más jóvenes, que viven al día, enfrentan semanas inciertas sin salario.
El cierre no fue un accidente, sino el desenlace de un cálculo político. Schumer decidió fortalecer su liderazgo interno y consolidar su apoyo entre los progresistas, aun al costo de paralizar al gobierno. En la guerra de relatos que ahora domina Washington, los demócratas hablan de principios; los republicanos, de irresponsabilidad. Pero, como siempre, los que pagan la factura son los ciudadanos.



