Detrás del fervor progresista, persisten reservas profundas sobre su capacidad para gobernar.
Zohran Mamdani llegó a la alcaldía de Nueva York rompiendo casi todas las expectativas. Con apenas 34 años, hijo de académicos migrantes nacidos en Uganda e India pasó de ser un legislador estatal poco conocido a convertirse en el primer alcalde musulmán, y el más joven en más de un siglo en dirigir la capital financiera del país. Su ascenso fue tan veloz que, menos de una hora después del cierre de urnas el martes, los principales medios nacionales ya lo proyectaban como ganador frente a dos rivales veteranos: el exgobernador Andrew Cuomo y el republicano Curtis Sliwa.
Su campaña basada en una agenda progresista: transporte gratuito en autobuses, congelar las rentas reguladas hasta 2030, cuidado infantil sin costo para familias con niños menores de cinco años, aumento del salario mínimo y mayores impuestos al uno por ciento más rico. El programa, que a primera vista parece más propio de un experimento europeo que de la ciudad más cara de Estados Unidos, le permitió conectar con una población golpeada por años de inflación, alzas en vivienda y sueldos estancados.
El mensaje fue amplificado por una maquinaria digital. Su equipo, compuesto en gran parte por jóvenes voluntarios, dominó plataformas como TikTok y X, generando contenido emocional y en ocasiones irreverente. Esa narrativa fresca lo convirtió rápidamente en una figura viral. No fue un esfuerzo menor: su campaña asegura haber movilizado más de 100 mil voluntarios que tocaron más de tres millones de puertas en toda la ciudad.
Pero detrás del fervor progresista, persisten reservas profundas sobre su capacidad para gobernar. Analistas locales advierten que su experiencia ejecutiva es limitada y que administrar Nueva York requiere mucho más que buenas ideas: se necesita gestionar un presupuesto gigantesco que depende de los mercados, un sistema de transporte que lleva décadas en crisis y un departamento de policía marcado por tensiones internas. Algunos críticos sostienen que su visión recuerda a propuestas de Bill de Blasio “turboalimentadas”, pero sin evidencia de que pueda implementarlas de forma sostenible.
Su postura sobre Palestina añade una capa de conflicto. Aunque rechaza ser antisemita, sus críticas frontales al gobierno israelí y su descripción de la situación en Gaza como un “genocidio” han generado tensión en una ciudad que alberga la comunidad judía más grande fuera de Israel. Grupos pro-Israel y líderes conservadores lo han retratado como extremista.
Aun así, su victoria también refleja el declive de sus adversarios. Cuomo, debilitado por escándalos de acoso sexual que lo obligaron a renunciar en 2021, no logró sacudirse su imagen de político tradicional. Sliwa, pese a su perfil mediático, nunca pudo competir seriamente en un electorado predominantemente demócrata. Para muchos votantes, Mamdani simbolizaba algo distinto: un intento por redefinir quién puede liderar la ciudad.
Dentro del Partido Demócrata, su triunfo revela una disputa existencial. Después de la derrota de Kamala Harris, la formación enfrenta presiones para redefinir su identidad. La victoria de Mamdani sugiere que la base joven está dispuesta a apostar por agendas más audaces, aunque el riesgo de ineficacia en la gestión sea alto. Algunos estrategas advierten que asumir que Nueva York marca tendencia nacional puede ser un error, pues su ecosistema político no es replicable en otras regiones.
El 1 de enero, cuando Mamdani tome posesión, llegará la verdadera prueba: pasar de la retórica vibrante a la gestión efectiva. Podrá entonces demostrar si la ciudad eligió a un innovador capaz de doblegar inercias institucionales o si, como temen sus detractores, Nueva York ha puesto al timón a un líder carismático, pero poco preparado para manejar una metrópolis de ocho millones de habitantes cuya realidad es más compleja que cualquier video viral.



