El impacto del discurso climático alarmista: por qué cada vez menos personas deciden tener hijos

Las tasas de fertilidad en los países desarrollados se han desplomado desde los años cincuenta.

La Cumbre Anual sobre Cambio Climático, Cop30, ya concluyó en Brasil, y uno de los debates más urgentes volvió a quedar fuera del programa oficial: la manera en que ciertos discursos ambientales están influyendo en decisiones profundamente personales, desde retrasar la maternidad hasta renunciar por completo a tener hijos. En un contexto global marcado por el envejecimiento acelerado y el desplome de las tasas de natalidad, la ausencia de esta discusión revela una brecha entre la retórica climática dominante y las consecuencias demográficas que ya están moldeando el futuro económico de las sociedades desarrolladas.

Las cifras lo confirman. Las tasas de fertilidad en los países desarrollados se han desplomado desde los años cincuenta, cuando superaban los 3 hijos por mujer, hasta situarse hoy cerca de 1.5, muy por debajo del nivel necesario para mantener estable la población. El efecto es aritmético: más jubilados, menos trabajadores y un peso creciente sobre sistemas de pensiones y salud ya tensionados. Según la OCDE, el índice de dependencia, la proporción de mayores en relación con la población en edad laboral pasó de 19% en 1980 a 31% en 2023, y podría llegar a 52% en 2060. El impacto económico será profundo: menor crecimiento, menos producción y un estándar de vida más modesto para las próximas generaciones.

El Reino Unido es un ejemplo extremo. En 2024, Inglaterra y Gales registraron su tasa de natalidad más baja en la historia moderna: 1.41 hijos por mujer. En Escocia, el nivel cayó a 1.25. Las mujeres tienen hijos más tarde y muchos nacimientos simplemente no llegan a concretarse.

El fenómeno tiene múltiples raíces: costos de vida, expectativas profesionales, acceso a la educación, pero la psicología colectiva está ganando peso. Investigaciones recientes muestran que la ansiedad climática es ya un factor global en las decisiones reproductivas. Estudios en Norteamérica, Europa y Oceanía encuentran una correlación consistente entre el temor al futuro ambiental y la reducción en la intención de tener hijos. Un análisis realizado en Italia en 2025 confirmó que quienes ven el cambio climático como una amenaza existencial tienen menor probabilidad de planear una familia, incluso controlando variables económicas e ideológicas.

Esta visión pesimista no surgió con la crisis climática. Es la heredera de una tradición intelectual que va desde Malthus hasta “The Population Bomb” de Paul Ehrlich y los modelos catastrofistas del Club de Roma. Las advertencias de colapso no se cumplieron: la producción de alimentos aumentó, la calidad ambiental mejoró en las economías avanzadas y la innovación tecnológica permitió crear alternativas donde antes se temían límites rígidos.

Los datos más recientes también desmontan la narrativa apocalíptica. Las muertes relacionadas con desastres climáticos han caído casi 100 por ciento en el último siglo, impulsadas por infraestructura moderna, mayor resiliencia y mejores sistemas de respuesta.

Nada de esto minimiza los desafíos ambientales reales. Pero sí implica que decidir no tener hijos por miedo a un mundo invivible es confiar en pronósticos que históricamente han fallado al ignorar un elemento decisivo: la capacidad humana de adaptación e innovación.

A quienes esta semana discutirán el futuro del planeta les convendría considerar otra verdad incómoda. La mayor amenaza no es un exceso de población, sino un déficit de nacimientos que redefine el futuro económico de todo el mundo desarrollado. Y quienes hoy dudan de traer hijos al mundo merecen algo más que mensajes de catástrofe: merecen un panorama basado en datos, no en profecías.

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