La película fue un éxito tanto de crítica como de taquilla, elogiada por su realismo.
El 12 de febrero de 1964, poco más de diez semanas después del asesinato de John F. Kennedy, se estrenó en los cines estadounidenses Seven Days in May. La película, basada en la novela homónima de 1962 escrita por los periodistas Fletcher Knebel y Charles Bailey, imaginaba un golpe de Estado orquestado por altos mandos militares contra un presidente que había firmado un tratado de desarme nuclear con Moscú. Un argumento que, visto en retrospectiva, parecía inquietantemente cercano a la realidad de la administración Kennedy.
Ambientada en la Guerra Fría, la historia presentaba a un jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea (Burt Lancaster) que conspiraba para derrocar a un presidente liberal (Fredric March), mientras un coronel patriótico (Kirk Douglas) descubría la trama. Dirigida por John Frankenheimer (The Manchurian Candidate), la película fue un éxito tanto de crítica como de taquilla, elogiada por su realismo. Sin embargo, lo que el público desconocía era que Kennedy mismo había desempeñado un papel clave en su realización.
Desde su llegada a la Casa Blanca, JFK tuvo una relación tensa con varios miembros de la cúpula militar, que lo veían como un líder débil frente a la amenaza soviética. Su firma del Tratado de Prohibición Parcial de Ensayos Nucleares en 1963 exacerbó esa fricción. Kennedy, consciente del poder del cine para modelar la opinión pública, vio en Seven Days in May una herramienta para alertar a los ciudadanos sobre la peligrosa mentalidad belicista que algunos generales defendían.
Fue él quien incentivó a Kirk Douglas a producir la película, e incluso permitió que el equipo de filmación tuviera acceso a la Casa Blanca, un privilegio sin precedentes. “Kennedy quería que la película sirviera como una advertencia a los generales”, reveló su asesor Arthur Schlesinger Jr. años después.
Un trasfondo real de intrigas y confrontaciones
El temor a una insubordinación militar no era solo paranoia presidencial. Kennedy ya había tenido choques con altos mandos como el general Curtis LeMay, quien promovía la idea de que EE.UU. podía ganar una guerra nuclear. También enfrentó a figuras como el almirante Arleigh Burke, a quien bloqueó un discurso incendiario contra la URSS, y al general Edwin Walker, destituido por intentar adoctrinar a sus tropas con la ideología ultraconservadora de la Sociedad John Birch.
La desconfianza de JFK hacia los militares se intensificó tras la fallida invasión de Bahía de Cochinos en 1961. Aunque asumió públicamente la responsabilidad, en privado culpó a los generales y a la CIA por el desastre. “¡El grupo de asesores que heredamos es terrible!”, se quejaba con su esposa.
Uno de los enfrentamientos más serios ocurrió en 1962, cuando Kennedy y su secretario de Defensa, Robert McNamara, cancelaron el programa del bombardero B-70, un proyecto defendido por LeMay y sus aliados en el Congreso. La disputa casi derivó en una crisis constitucional sobre el control del presupuesto militar.
Ese mismo año, en plena Crisis de los Misiles en Cuba, LeMay comparó la estrategia de Kennedy con el “apaciguamiento en Múnich” de 1938, sugiriendo que el presidente era débil. El nivel de insubordinación era tan alto que Ted Sorensen, asesor de JFK, afirmó que LeMay hablaba como un personaje sacado de Seven Days in May.
Del libro al cine, con la bendición de JFK
Cuando Knebel y Bailey escribieron la novela en 1962, el presidente la leyó con interés y comentó a un amigo que, en ciertas condiciones, un golpe militar en EE.UU. podría ser posible. “Si hay un segundo Bahía de Cochinos, los militares se sentirán obligados a intervenir. Si hay un tercero… podría ocurrir”, dijo.
Kennedy sabía que la historia debía llegar a la gran pantalla. En enero de 1963, durante un evento en Washington, convenció personalmente a Kirk Douglas de que produjera la película. Douglas, que inicialmente temía represalias del gobierno, quedó impresionado por la insistencia del presidente.
Mientras JFK facilitaba el rodaje en la Casa Blanca, el Pentágono bloqueaba cualquier cooperación. Aun así, el equipo logró obtener tomas clandestinas del edificio militar. En una coincidencia impactante, cuando Frankenheimer filmaba una escena con manifestantes ficticios frente a la Casa Blanca, estos se mezclaron con protestantes reales que apoyaban el tratado de prohibición nuclear firmado por Kennedy un día antes.
Un legado inquietante
Kennedy nunca vio Seven Days in May. Fue asesinado el 22 de noviembre de 1963, seis semanas después de firmar el tratado con Moscú. Su desconfianza hacia ciertos militares resultó profética, y su advertencia quedó encapsulada en una película que, décadas después, sigue siendo una reflexión sobre los peligros del autoritarismo dentro del poder.
Antes de morir, le confesó a su asesor Kenneth O’Donnell su mayor temor: “Si hacemos lo que ellos quieren, ninguno de nosotros vivirá para decirles que estaban equivocados.”



