Pelosi se va y el desafío empieza: quién mantendrá unido al Partido Demócrata?

Su figura quedó asociada a la gerontocracia demócrata, a la resistencia del partido a transferir poder a nuevas generaciones.

Nancy Pelosi dejará el Congreso en 2027, marcando el fin de una era para el Partido Demócrata y abriendo una pregunta incómoda: quién llenará el vacío estratégico que deja la única líder capaz de mantener unido a un partido cada vez más fragmentado.

Pelosi se hizo indispensable no tanto por su longevidad, sino por su capacidad para convertir mayorías frágiles en victorias legislativas. Fue ella quien obligó a su bancada a mantener el rumbo cuando parecía imposible aprobar la Ley de Cuidado de Salud Asequible, incluso después de que los demócratas perdieran su supermayoría en el Senado. Pocos dentro del partido tenían entonces el peso político para evitar el colapso de su proyecto más importante; sin su intervención, probablemente habría muerto en el Congreso.

También supo controlar una bancada cada vez más diversa e ideológicamente dispersa. Mientras el ala progresista presionaba por transformaciones profundas y los moderados temían el costo electoral, Pelosi logró contener disputas internas antes de que se convirtieran en rupturas irreparables. Su talento no estaba en complacer a todos, sino en imponer orden cuando convenía, incluso si eso significaba asumir ella sola el desgaste político.

Eso explica por qué muchos demócratas temen su ausencia. Su retiro llega en un momento en que el partido enfrenta desafíos simultáneos: una pugna generacional, bancadas divididas, tensiones sobre su postura hacia la guerra, la seguridad fronteriza y la economía, además de un panorama electoral incierto. Sin Pelosi, la capacidad de mantener unidos a los demócratas ante un Partido Republicano disciplinado se vuelve una incógnita. Su eventual sucesor, Hakeem Jeffries, hereda un rol más frágil, con menos autoridad acumulada y menos margen de maniobra.

Pelosi siguió influyendo incluso después de dejar la presidencia de la Cámara. Participó discretamente en decisiones cruciales, entre ellas persuadir a Joe Biden para abandonar su campaña de reelección. Ayudó al gobernador Gavin Newsom a impulsar la Propuesta 50, diseñada para redibujar distritos y ampliar las oportunidades demócratas en la Cámara. Ese tipo de operaciones políticas, silenciosas pero decisivas, dependen de capital acumulado durante décadas. No se improvisan.         

Su salida también elimina una presencia capaz de negociar de igual a igual con presidentes, aliados o adversarios. Su figura quedó asociada a la gerontocracia demócrata, a la resistencia del partido a transferir poder a nuevas generaciones. Su retiro puede ser leído como el inicio, forzado o voluntario, de esa transición.

En San Francisco, su escaño atraerá una competencia feroz. Pero la contienda local es menos importante que el impacto nacional. Los demócratas no solo pierden a una líder histórica; pierden a la persona que, una y otra vez, evitó que las fracturas internas se convirtieran en derrotas estratégicas. Si el partido la extraña, será por una razón sencilla: nadie ha demostrado todavía que puede hacer su trabajo mejor que ella.

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