Casi tres decenas de hoteles vendieron “paquetes Bad Bunny” que, según la oficina de promoción Discover Puerto Rico, rozan los 200 millones de dólares.
Benito Antonio Martínez Ocasio dejó de empujar carritos de supermercado hace menos de una década; hoy, como Bad Bunny, empuja toda una economía. Su residencia de conciertos en San Juan, que se extiende de junio a septiembre, se convirtió en un fenómeno cultural y económico que transformó la temporada baja del turismo en la isla en una bonanza inesperada.
La magnitud del impacto es clara: más de 600,000 visitantes llegaron atraídos por el espectáculo “No Me Quiero Ir De Aquí”, el doble de lo habitual en esas fechas. Los hoteles vendieron cerca de 25,000 paquetes en un solo día y acumularon 200 millones de dólares en ingresos según Discover Puerto Rico. La ocupación alcanzó casi el 70% en julio y agosto, con reservas para septiembre 20% más altas que el año pasado. Las rentas a corto plazo crecieron más de 60% y las búsquedas de vuelos aumentaron 12%, con Nueva York, Florida y California como principales puntos de partida.
El fenómeno va mucho más allá de la música. En Vega Baja, su pueblo natal, los visitantes recorren la escuela donde estudió, la iglesia donde fue monaguillo y hasta posan frente a murales en ferreterías de barrio. Pequeñas empresas y organizaciones comunitarias aprovecharon el furor: G8 lanzó recorridos en bicicleta inspirados en el título de su más reciente disco, mientras Acción Valerosa creó el tour “Café con Ron” con paradas en Ciales, donde los ingresos se destinan a proyectos sociales.
Los efectos se sienten también en rincones alejados de la capital. En Cabo Rojo, al suroeste, el hotel Boquemar reportó 7% más de ocupación gracias a un muelle pintado con la bandera de Puerto Rico que apareció en uno de sus videos. Turistas incluso preguntan por el sapo concho, el único anfibio endémico de la isla, después de verlo en su obra visual.
El atractivo, explican los promotores, está en que Bad Bunny no vende playas sino identidad cultural. Restaurantes familiares como La Casita Blanca en San Juan se llenan tras una sola visita del artista, y hasta JetBlue se sumó como patrocinador oficial, capitalizando el alza en vuelos.
El resultado: un modelo de turismo que gira en torno a la música, la comunidad y la cultura puertorriqueña. Como resume un promotor: “Las playas se parecen; lo nuestro es la cultura. Eso nadie nos lo puede robar.”
Puerto Rico, que hace pocos años enfrentaba la bancarrota, hoy vive una temporada dorada gracias a su hijo más global. Y todo indica que el eco de esta residencia no se apagará cuando se baje el telón del Coliseo.



