Robots con ansiedad: los nuevos favoritos del público

Los extrovertidos caen bien, pero los neuróticos conquistan corazones

En el mundo de la robótica, los androides carismáticos han sido los preferidos para tareas como atención al cliente o guía de museos. Pero una nueva investigación de la Universidad de Chicago sugiere que, aunque la extroversión agrada, es la neurosis lo que realmente genera conexión emocional con los humanos.

El estudio, realizado en un museo de Chicago, enfrentó a visitantes con tres versiones de un robot humanoide blanco. El objetivo: observar cómo reaccionaban ante diferentes personalidades artificiales. Uno era extrovertido y efusivo; otro, frío y neutral; y el tercero, claramente neurótico: titubeaba, usaba muletillas y mostraba preocupación por evitar imprevistos.

Aunque el robot extrovertido fue considerado el más “agradable”, el neurótico resultó ser el más “humano”. Varios participantes señalaron sentirse reflejados en sus inseguridades. “Parecía una persona tratando de sobrevivir en el mundo”, comentó uno. Otro dijo: “Ambos pensamos mucho en nosotros mismos. Me recordó a mí”.

Este hallazgo rompe con una larga tradición en la industria de los robots sociales, centrada casi exclusivamente en crear máquinas optimistas, seguras y sociables. Según Lionel Robert, experto en robótica de la Universidad de Michigan, esto se debe a que la mayoría de los robots se diseñan para funciones donde la confianza inspira confianza: atención al cliente, guías turísticos, asistentes personales. La neurosis, con sus dosis de ansiedad e inseguridad, simplemente no había sido vista como una ventaja.

¿Quién querría un coche autónomo con crisis existenciales? En ciertos contextos como robots comediantes o asistentes terapéuticos, un toque de neurosis puede ser útil para crear empatía y realismo.

Sooyeon Jeong, investigadora de Purdue, lo confirma: a veces los usuarios se sienten más cómodos con chatbots que no son tan exageradamente positivos. “Un estudiante quería ensayar conversaciones difíciles con un agente virtual, pero el robot era tan alegre que lo frustraba”, cuenta.

La investigación de Chicago no propone construir robots llenos de ansiedad, sino explorar matices emocionales más complejos. Sarah Sebo, coautora del estudio, lo resume así: “Hay una alegría inesperada en ver un robot que también duda, que también se equivoca. Tal vez no siempre sea útil, pero sí profundamente humano”.

En un mundo cada vez más automatizado, quizás la clave no sea crear máquinas perfectas, sino máquinas que, como nosotros, también tengan sus días raros.

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