Si el MDMA logra el visto bueno, sería el primer psicodélico aprobado como tratamiento médico de amplio alcance en Estados Unidos.
Durante años, parecía inevitable que el MDMA, droga conocida popularmente como éxtasis, pasara de los clubes nocturnos a los consultorios médicos. Investigaciones clínicas prometedoras y campañas de presión política habían puesto al fármaco en la antesala de la aprobación por parte de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés). Pero en 2024, un comité asesor rechazó su uso terapéutico por 10 votos contra 1, hundiendo lo que muchos llamaban “la revolución psicodélica”.
El revés no solo fue científico, sino político y ético. Testimonios de pacientes que denunciaron abusos sexuales durante ensayos clínicos empañaron el proyecto liderado por la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psicodélicos(MAPS, por sus siglas en inglés), fundada en los años ochenta por Rick Doblin. Las acusaciones de mala praxis, sumadas a la fragmentación del propio movimiento psicodélico, minaron la credibilidad de un esfuerzo que había logrado avances inéditos en el tratamiento del trastorno de estrés postraumático (TEPT), especialmente entre veteranos de guerra.
Sin embargo, la historia podría no estar cerrada. Con la llegada de nuevas figuras en la administración Trump y el lanzamiento del plan de salud conocido como MAHA, la terapia con MDMA encuentra inesperados aliados. El comisionado de la FDA, Marty Makary, ha declarado que los psicodélicos son “una prioridad” de la agencia, mientras que el secretario de Salud, Robert F. Kennedy Jr., ha mostrado simpatía por prácticas como la ayahuasca. Incluso la nominada a cirujana general, Casey Means, ha relatado públicamente experiencias transformadoras con hongos psilocibios.
El interés desde sectores conservadores sorprendió a quienes veían en los psicodélicos un bastión contracultural. Pero refleja la amplitud del debate: ¿se trata de un instrumento médico capaz de salvar vidas o de un experimento vulnerable a abusos?
Los ensayos clínicos ofrecían resultados contundentes. Datos presentados en 2023 mostraban que cerca del 70% de los pacientes con TEPT lograron mejoras significativas tras un protocolo de tres sesiones con MDMA asistidas por terapia psicológica. Veteranos como Jonathan Lubecky, que había intentado suicidarse en varias ocasiones, contaron cómo la sustancia le permitió enfrentar traumas de guerra y retomar una vida funcional.
No obstante, el caso de Meaghan Buisson, quien denunció haber sido agredida por terapeutas durante una prueba en 2014, marcó un antes y un después. Aunque MAPS sancionó a los responsables y reforzó sus protocolos, críticos como la organización Psymposia advirtieron que el modelo mismo incentivaba dinámicas de poder peligrosas. Para algunos, aquello bastó para que la FDA frenara la aprobación.
Hoy el panorama es incierto. Lykos Therapeutics, la filial creada por MAPS para manejar el proceso comercial, ha recibido nuevos fondos de inversionistas ligados tanto a Silicon Valley como al círculo político de Trump. La empresa planea reintroducir la solicitud ante la FDA bajo la expectativa de que el nuevo entorno político sea más favorable.
El desenlace podría marcar un precedente global. Si la MDMA logra el visto bueno, sería el primer psicodélico aprobado como tratamiento médico de amplio alcance en Estados Unidos. De lo contrario, el proyecto deberá reiniciar ensayos costosos y prolongados.
Para los pacientes que aseguran haberse beneficiado, la discusión entre reguladores, activistas y corporaciones es secundaria. Como resumió una sobreviviente de abuso sexual tratada con MDMA: “No importa quién entregue el medicamento, lo que importa es que esté disponible para quienes lo necesitan”.
En medio de disputas ideológicas, escándalos internos y un inusual respaldo político, el futuro de la terapia con MDMA se juega ahora entre la ciencia, la regulación y la política.



